Pero un hombre que se llamaba Ananías, junto con Safira, su mujer, vendió un terreno y, con el consentimiento de ella, sustrajo algo del dinero que recibió; así que llevó sólo una parte y la entregó a los apóstoles.
Dios es paciente, pero conoce nuestros corazones, y como un Padre amoroso Él también sabe que la disciplina –aún la disciplina severa, a veces es necesaria. El resultado de esta disciplina está resumida en el vesículo 11: «Y sobrevino gran temor sobre toda la iglesia y sobre todos los que oyeron estas cosas.»
“Ananías y Safira fueron engañadores que pretendían hacer un sacrificio completo delante de Dios, cuando en realidad guardaban para sí con avaricia parte de la ofrenda.